El clavo en la herradura "Todo es simple y ordenado excepto, por supuesto, el mundo" decían los físicos Nigel Gondelfeld y Leo Kadanoff en un artículo publicado en Science en 1999. Si nos acercamos a la biblioteca de nuestro barrio y tomamos en nuestras manos cualquier manual de Mecánica Clásica, Termodinámica, Electromagnetismo... observaremos una gran cantidad de complicadas ecuaciones que seguramente no sabemos resolver ni interpretar. Sin embargo puedo aventuraros que el destino de todos esos sistemas será sencillo. Terminarán estáticos u oscilarán. Eso es, en esencia, lo que hacen los sistemas físicos que estudiamos en la Universidad. Esto es algo que siempre me ha resultado llamativo pues en mi día a día no encuentro en ningún lugar esos estados estacionarios y tales oscilaciones. Sí, de acuerdo, el lector puede pensar que la vida misma es similar a tales sistemas físicos pues, al final, el destino del "sistema" será la muerte. Pero existe una diferencia importante entre los problemas de física y la vida. Cuando en el instituto resolvemos un ejercicio de tiro parabólico no es relevante el hecho de que la partícula parta de una altura x=10.0 o x=10.0001. Bajo ese pequeño cambio el resultado no se verá sustancialmente modificado. Sin embargo en nuestra vida ocurre justo lo contrario. Tan sólo un segundo puede provocar que perdamos el autobús y, por lo tanto, el tren de las 14:05 al que pretendíamos subir. El siguiente tren no pasa hasta las 15:05, por lo que llegaremos tarde a una importante reunión y seremos despedidos. De forma más poética: La Teoría del Caos no es más que esto. En verdad, desde un punto de vista filosófico, el concepto de caos formaba parte de los seres humanos mucho antes de que se establecieran sus bases matemáticas. A este respecto el matemático James A. Yorke, a quien debemos el nombre de la Teoría del Caos, dijo: "los científicos hemos sido los últimos en comprender el caos". Implicaciones filosóficas de la Teoría del Caos
Sin embargo la belleza de la Teoría del Caos alcanza también a la filosofía. El hecho de que la evolución y destino de un sistema físico dependa de forma sensible de las condiciones iniciales tiene grandes implicaciones filosóficas. Podemos imaginar que realizamos un experimento numérico (por ordenador) utilizando nuestra propia vida. De este modo seleccionamos un instante inicial, por ejemplo el momento de nuestro nacimiento. Como nuestro procesador no da para más, vamos a lanzar únicamente 1000 simulaciones perturbando ligeramente la condición inicial. Por ejemplo, vamos a modificar el tiempo en el que el doctor corta el cordón umbilical, de modo que en lugar de ser a las 18 horas, 15 minutos y 26 segundos será a las 18 horas, 15 minutos y 27 segundos. En otra simulación haremos que nuestra madre nos coja en brazos por primera vez con 1 segundo de diferencia. Y así hasta 1000 instantes iniciales ligeramente diferentes. ¿Tendrá esto alguna implicación en el desarrollo de nuestra vida? Por supuesto que sí, pues estos mínimos cambios se van amplificando en el tiempo. Además estos cambios afectan a todos los que participan en dichos momentos, por lo que el cambio se expande no solo en nuestra vida, sino en todos aquellos que nos rodean. En el instante t=16 la enfermera se encontraba mirando al bebé, por lo que resultó enternecida por la escena de una madre llorando mientras mira a la criatura. Sin embargo en t=16.1 la enfermera resultó alarmada por un ruido en la puerta y no observó la escena. Al llegar a casa no pudo por lo tanto contarle a su marido lo que vio, de tal modo que charlaron sobre otro tema. El tópico escogido por el marido fue el tipo de ropa que debería estar permitido en el trabajo. Ello desencadenó una discusión y el marido, Juan, terminó durmiendo en el sofá. Esto no habría ocurrido si en el instante t=15.9 la mujer hubiera recogido al bebé. (Continuará...)
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